Cometí bastantes errores. Lloré por quién no debía y reí con falsas amistades. Tropecé dos veces con la misma piedra y cuando pensaba que ya no lo haría más, me empujaron y caí estampada con la tercera. Perdoné mucho, demasiado. He callado te quieros que por miedo o por inseguridad se quedaron por mucho tiempo en el aire. He gritado con fuerza, pero mi voz no siempre salía y he callado verdades por no hacer daño. Hay días que dormía sólo para poder verte en mis sueños, y días en los que no podía dormir. He abrazado a la persona que pensé que nunca me haría daño y me he dado cuenta de que esa persona no se merecía ni el roce de mi piel. He descubierto que las caricias son mas fuertes que los golpes. He disfrutado de pequeños detalles y sigo aprendiendo poco a poco en qué consiste la vida y que nunca hay que arrepentirse de nada, porque todo, absolutamente todo pasa por alguna razón...

miércoles, 14 de diciembre de 2011


¿Para qué sufrir? 
El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: En un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de su rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría sin más solides que los rascacielos, acosados, tanques y prisiones de una pesadilla.
LA VIDA aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería así, una especie de despertar.. Pero.. ¿DESPERTAR A QUÉ?  Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna ha detenido a muchos en todos los proyectos de suicidios. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor. 

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